viernes, 22 de octubre de 2010

VISIÓN ORIENTAL DEL REALISMO OCCIDENTAL








Des de mediados de abril de 1958 que la ciudad de Mataró no acoge la presencia de un pintor procedente de Extremo Oriente. En aquella ocasión, las instalaciones del entonces llamado Museo Municipal, exhibieron la obra de: Shü Pao-Lin, un artista arraigado en la más profunda de las tradiciones, las cuales dictaminaban que el arte en la pintura china se manifiesta a través de lo Simbólico, lo sentimental y lo alegórico. Unos meses antes, otro artista había visitado también de forma temporal la capital del Maresme: Nsiao Chin.

Han pasado 52 años de aquella fecha. Y de nuevo Oriente posa su mirada en Mataró, en esta ocasión de forma permanente. Sin embargo, la modernidad de los tiempos se impone: de la tradición ancestral al realismo más contemporáneo, con mirada oriental.

La sala de exposiciones del COL·LEGI D’APARELLADORS DE MATARÓ, (Plaça Can Xammar, 2) expone des del pasado 15 de octubre y hasta mediados de noviembre la obra de la japonesa Keiko Ogawa, gracias a dos conocidos artistas del realismo pictórico de la ciudad: Alberto Romero y Ana García, y bajo la coordinación de Teresa Roig, comisaría de las exposiciones de l’Associació Sant Lluc per l’Art.

Antoni Luis, presidente de l’ASLL, destacó en su discurso de presentación, los tópicos que como europeos conocemos del Japón: el Ikewana, la Caligrafía, pintores como Hokusai, el Manga o los japoneses visitando y fotografiando la Sagrada Familia. A pesar de los arquetipos señalados, reconoció que: “El arte japonés no es indiferente. Recrea la realidad (...) Y Keiko, cuando decidió viajar a Europa, llevaba la sensibilidad propia de su país en la maleta, con colores, trazos y dibujos que no tienen fronteras”.

Y efectivamente, la obra de Keiko Ogawa, una figuración en base a un sorprendente Realismo, es un maravilloso canto al respeto por los ancianos, por el entorno, por las personas, por los animales, por lo que la Naturaleza aporta a la vida del ser humano, quien no sabe valorarlo, pero que desde Oriente es venerado.

La luminosidad en el uso cromático es de una sensibilidad exquisita, natural, suave y llena de candor. El pincel es firme y de extremada meticulosidad. Excelente uso del material – mixta sobre tela y en distintos formatos – y magnífico domino de la composición. Obra equilibrada, sin agresividad, muy estudiada en cuanto a perspectiva, espacio y volumen y también muy intimista, no por la utilización de los espacios, sino por el hecho de mostrar su entorno personal, dentro de una temática absolutamente cotidiana, simple pero expresando serenidad y espiritualidad. No hay artificios ni detalles explícitos, pero toda la obra está envuelta de sentimientos y emociones constantes.

Títulos como: El estudio de Koichi, El desayuno, Pepe, Duc, etc., muestran una concepción oriental de la observación de la vida diaria. Su naturalidad es absoluta, pero expresada a través de una con profunda delicadeza. Limones, Higos, Setas, Peras o Fresas... frutos tan a nuestro alcance pero transformados en etérea dulzura, gracias al esmerado trazo de Ogawa. Sin embargo, en el contexto de la exposición, una obra sale del mismo: Jalan Sehala. Atrapa de forma inmediata al espectador por la expresión de la figura femenina, dentro de un paisaje urbano de una población oriental. La búsqueda es incesante, la decisión necesaria, todo ello, no exento de expectativa ante la coyuntura de encontrarse perdida.

Una muestra mucho más allá del interés pictórico, debida a la visión cultural que aporta; un mundo occidental, que cuestiona en exceso tradiciones básicas como la familia, la amistad y el respeto, pero que desde Japón, país de contrastes entre la tradición y la tecnología, se mantiene constante e inalterable.




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